Llevaba mucho tiempo oyendo que correr en Valencia, es emocionante, inolvidable, incomparable.
Oyendo que Valencia era: “La Ciudad del Running“
Por una vez, el rumor no es sólo cierto… sino que más bien, se queda corto.
El 2019 está siendo para mí, el más increíble en cuanto a running y preparación deportiva se refiere. Empecé el año cumpliendo el gran sueño de correr los 42 km de la que había sido mi segunda casa: la impresionante Roma. Pero al volver no pude darle la espalda a la Maratón de Madrid, convirtiéndose en la segunda Maratón que corría en menos de un mes. Algo que jamás me hubiera imaginado capaz de hacer. Como os contaba en este pasado post.
Lo recuerdo ahora mientras escribo estas líneas y aún se me acelera el corazón y me tiemblan las piernas como aquel día.
Pura vida, eso es para mí, correr.
Y no termina ahí. Para cerrar el año, si todo sigue como hasta ahora y no hay ningún contratiempo, el 1 de Diciembre me espera la soñada Maratón de Valencia.
Hace una semana, el pasado 27 de Octubre vivi junto a ese genial equipo que siempre me acompaña, el aperitivo de lo que será la maratón, corriendo la Media, mi distancia favorita. 21 km que ahora de cara al entrenamiento, representan otra tirada larga más de los Domingos. Sin embargo quería sentir en mi piel, qué era realmente correr allí. El por qué de esa impresionante fama que tiene Valencia entre los corredores.
Supongo que no debería adelantarme; supongo que debería esperar a escribir el post del Maratón cuando ya lo haya sufrido en mis piernas y en mi ansioso corazón. Pero no puedo. Los 21 km de la Media, fueron inolvidables y merecen su capítulo propio.
El recorrido es precioso, terreno es totalmente favorable. Cada calle te anima a correr siendo llana, fácil, suave. Reconozco que estaba esperando algún susto, acostumbrada a mi dura Madrid que te da un bofetón moral en cada cuesta o falso llano. Pero no, Valencia te lleva. Y si te cansas da igual, ni lo notas. La gente… dios la gente. Nunca he visto tanta animación, tanto cariño, un abrazo en forma de aplausos, gritos de ánimo y batucadas de esas que te hacen vibrar hasta en lo más profundo de tu alma.
Cada carrera es una historia y esta era de las trascendentales. Personalmente para mí representaba muchas cosas. Como el ensayo final antes de la gran obra. Una obra que he ido creando con esfuerzo, voluntad, perseverancia, cariño, victorias y derrotas personales, días duros, de difíciles aprendizajes sobre la vida y sobre mi misma, pero una obra que representa un sueño que jamás he pensado en abandonar.
Al salir respiré profundo, quería atrapar el instante y visualicé la meta como tantas veces he hecho. Y sonreí.
Sonreí fuerte. Sonreí de dentro afuera.
Y no apagué la sonrisa ni un instante en esos 21 km que me esperaban.
A mi lado, como la vez pasada el equipo fiel: Esther mi compañera de trabajo, gran amiga, guerrera, fuerte, incondicional.
Diego, que he entrenado estos meses y corría en casa, tan constante, generoso, mentalmente la persona más fuerte que conozco.
Y como cabeza de grupo, el líder Berni, apoyo de todos y cada uno de nosotros, quien continúa llevándome las planificaciones y entrenamientos, manteniendo los objetivos altos para llegar fuerte a las carreras. Fue precisamente él, quien cambió el final de esta Media tan apasionante.
Aunque en los entrenamientos suelo controlar el ritmo, también conozco mis sensaciones y son ellas las que me dicen si estoy yendo acorde a mis posibilidades. Sé cuando estoy apretando y cuánta intensidad puedo más o menos gestionar. En 21 km, que es una distancia que me encanta, y en Valencia que te es favorable, sin darme cuenta estaba corriendo a menos de 5:00. Las llamadas de Berni, me iban informando de todo lo que ocurría en carrera, cómo iban mis compañeros y como iba yo, que realmente iba rápido. Fue en los últimos kilómetros, cuando él quien me suele decir que baje el ritmo, que controle, que tenga cabeza, me dijo:
“Haz lo que quieras Campanilla, cambio de planes. Ya no te voy a pedir que te controles. Estás volando así que mantén el ritmo. Son sólo 5km más”
Miré el reloj 4:49, ¡¿ese ritmo durante 5 km más?!- pensé – Yo no soy rápida, soy cabezota. No tengo prisa por llegar. Digamos más bien que soy eficiente o conservadora. Pero ¿es mi entrenador no? Me ha dicho que puedo y en el fondo… sé que puedo.
Justo la noche de antes lo había dicho en el coche, dejándolo caer como si nada, y es curioso las frases que nos marcan:
“Campanilla tu vas a volar. Vas a volar porque puedes”
Entonces lo hice. A parte de los ánimos y la sonrisa de la gente, de la música y los gritos de la ciudad, esa frase resonó en mi cabeza los últimos 5 kilómetros:
Vas a volar porque puedes
Llegué a meta manteniendo ese ritmo, orgullosa y agradecida.
Como siempre, emocionada.
Pero la carrera no acabaría hasta que el último de nosotros cruzara el arco de meta. Así son los equipos. Esther no tuvo problemas para llegar. Una carrera que disfrutó como una enana y demostrando que está preparada para todo aquello que se proponga. Sin embargo al llamar a Diego por teléfono, nos confesó bastante fatigado que estaba sufriendo los últimos kilómetros. Todos confiábamos en que llegaría, aunque él estaba dudando demasiado. Impulsivamente me metí de nuevo en la carrera para acompañarle.
(Sí, cargada con la bolsa del corredor que te dan en meta, plátanos y naranjas incluidos. Luego sería la anécdota de ese gran final.)
Y entonces, por fin, todos llegamos. Lo conseguimos.
El equipo terminó la gran Media Maratón de Valencia, y me cedieron otra medalla al pasar por meta, por haber vuelto a la carrera para ayudar.
Teníamos opción de grabar las medallas con nuestros nombres y el tiempo. Pero antes de que grabaran el mío, hice honor a lo que sentí en aquel momento y durante la carrera:
Esa medalla no era sólo mía.
Aunque él ya ha ganado las suyas, y ganará nuevas cuando se lo proponga, pedí que grabaran el nombre de BERNI, sobre el tiempo de carrera que habíamos conseguido juntos. Fue una forma de decirle que estuvo presente en todos los kilómetros que corrió conmigo y con el resto su equipo. Una forma de decirle que aunque a veces sea duro conmigo, es el que confía y me apoya cuando los miedos e inseguridades me hacen dudar de mí misma. Una forma en definitiva, la mejor que se me ocurrió, de darle las GRACIAS.
Y es algo totalmente simbólico. Un trozo de metal que puedes grabar, pero donde se queda para siempre es en tu corazón.
Las personas tienden a contar sus victorias como si las hubieran logrado en solitario, como si fuera algo más digno de admirar. Pero lo cierto es que si eres afortunado, no estás solo. Siempre hay personas detrás, que son tu sombra, que no pretenden lucirse, sólo acompañarte, motivándote sigilosamente sin que lo notes; callando la voz interior que te dice que no puedes, siendo el impulso que te empuja cuando las fuerzas te fallan, dándote las alas que necesitas para volar…
Por ello una vez más, gracias.
Sabéis a quienes me refiero. Muchos os sentiréis aludidos. Los que estáis siempre y sois un regalo, a mi madre mi fiel escudera que por una vez, no pudo estar.
Y por último y no menos importante:
Gracias a todos los desconocidos que llenaban las calles, haciendo de cada kilómetro una fiesta. No imagináis el empujón anímico que representáis. Espero que sólo haya sido un calentamiento, que estéis preparando la voz, las palmas, la música para los 42 km que vienen.
Nos vemos en Diciembre.